Cuando era chiquita mi abuela Isabel tenía un cuarto en su apartamento que no era de nadie. Ella le puso un chinchorro, una cama y un televisor, y lo llamó "El cuarto de los niños", de manera que sus nietos podían entrar ahí y hacer los desastres que quisieran.
Ella era feliz con las risitas que salían del cuarto, y hasta nos llevaba tortica y té en la tarde. Era bello.
Uno de mis juegos preferidos era montarse en el chinchorro mientras uno o dos primos míos (Andrea y Natasha, o Andrea y José Armando) lo agarraban por las 2 esquinas. Yo me enrollaba en la hamaca como una cachapa de hoja, y una vez que ya no veía nada, los 2 primos empezaban a agitar locamente el chinchorro y gritaban: ¡TURBULEENCIAAAAA!
Era extremadamente divertido, y a mí papá le producía unos nervios incontrolables.
Luego llegaba el turno de la siguiente persona, y me salía yo a agitar maliciosamente el chinchorro mientras alguien más disfrutaba de la turbulencia.
Aaaah, aquellos días :)
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